Conocemos la alocada vida del esposo de la pintora Elisabeth Vigée Lebrun: desde restaurador a subastador, hasta co-fundador del museo del Louvre que conocemos hoy en día. ¡Allá vamos!
Orígenes
Nació en una dinastía de pintores parisinos, con un lejano parentesco con el famoso Charles Le Brun, pintor de Luis XIV (era su sobrino nieto). Se formó en las mejores academias de pintura de París, aunque su carrera como artista fue incipiente y poco prolífica, encontrando el éxito en el comercio de antigüedades (griegas y romanas) y la restauración de pintura holandesa del siglo XVII.
La fundación de su primera sala
Hacia 1775 arrienda el Hôtel de Lubert, donde tuvo taller y un anticuario donde realizaba exposiciones monográficas de pintura. Justo en esta época se instalan en los áticos la familia Le Sevre-Vigée, padrastro y madre de la célebre Elisabeth Vigée. Ella misma afirmó que el puro hecho de instalarse en esa residencia, perfeccionaría su técnica retratística hasta su punto más álgido: pudo acercarse a la obra de Rembrandt o Rubens, apropiándose la luz y la pincelada llena de pulcritud.
Retrato de Etienne Vigée, uno de las primeras obras reconocidas de la pintora
Es en esta época Elisabeth estaba oprimida por su padrastro, ya que se llevaba gran parte de sus beneficios obtenidos por los retratos de encargo (recordemos que las mujeres no podían administrar su dinero por ley). Un poco por quererse liberar, y por la admiración hacia al que consideró su introductor de los grandes maestros, se casa en secreto con Jean Baptiste. Lo que ella nunca sabría en ese momento es que se unía de nuevo a otro verdugo que exprimiría sus ingresos hasta su futuro divorcio.
Un hecho curioso de este matrimonio fue que ella nunca quiso desprenderse del apellido Vigée, incorporando el Lebrun a posteriori, demostrando una independencia inaudita en ese momento: ¿no creéis que esto también fue un anuncio del principio subversivo de la mujer artista?
Llega la fama y el dinero
A partir de 1778 la simbiosis del matrimonio generaría grandes ingresos a la familia Lebrun, además de una hija. En esa década los buenos negocios con la alta aristocracia y realeza le reportaron a él el cargo de conservador de la colección del riquísimo Duque de Orléans y del Conde de Artois, hermano del Rey Luis XVI y futuro Carlos X de Francia. Por el lado de Elisabeth y su perfeccionada técnica, se le abrieron las puertas de Versailles, convirtiéndose en pintora oficial de cámara de la Reina María Antonieta (quien la haría miembro de la Academia Real de Bellas Artes de Francia). Para ella pintó más de 30 lienzos, sin contar los que aparece con sus hijos.
Retrato de Elisabeth Vigée Lebrun junto a su hija, fechado en 1786
Un hecho destacado de la entrada de la década de 1780 fue la compra parcial por parte del matrimonio de la colección del difunto gobernador de los Países Bajos Charles Alexandre de Lorraine. La adquisición incluía la mejor pintura flamenca o el mejor mobiliario francés. Gracias a esta buena racha Lebrun, en 1788, compró el céntrico Hôtel y fundó una modernísima sala de estucos neoclásica, donde empezó a realizar subastas de arte y las primeras exposiciones monográficas de antigüedades de pintura flamenca y antigüedades romanas y griegas.
La Sala Lebrun, inspirada en los atrios romanos. En el centro se realizaban las exposiciones y subastas, y en la parte inferior podemos apreciar la zona residencial del matrimonio (nótese "la chambre a coucher o "la cuisine")
Hasta aquí ¿todo bien, no?. Lo cierto es que no. El matrimonio sufría grandes crisis desde el principio, y como afirmó la artista en su autobiografía, de cada retrato vendido por 12.000 francos ella sólo recibía 6 (sí, 6, no hemos cometido ningún error tipográfico): la voracidad de su marido en los negocios fue a más y más, siendo este un vivo retrato de su ex padrastro.
Decadencia y revolución
Con la llegada de los tiempos convulsos el mercado del arte empezó a estancarse progresivamente. Las grandes familias vendían en masa sus colecciones o se las llevaban consigo a un futuro incierto en la Europa que se mantenía en el “ancien régime”. Además, debido a los cambios políticos, el matrimonio aún se dividió más: Jean-Baptiste se puso de lado de los revolucionarios (convencido por su gran amigo Jacque Louis David y el Duque de Orléans) y Elisabeth se autoproclamó una convencida monárquica. Debido a ello, cuando la Familia Real fue obligada a dejar Versailles por las Tullerías en 1789, Elisabeth tomó la difícil decisión de dejar París y Francia junto a su hija disfrazada de pastora, dejando atrás su gran fortuna. Después del exilio de su esposa, los negocios del floreciente Lebrun empezaron a zozobrar y en 1791 subastó toda su colección personal (obtenida con dinero de ella). Dicha venta reventó el mercado de pintura flamenca y holandesa, y fue una época perfecta para el oportunista: las crónicas hablan de precios ridículos por lienzos únicos en su calidad, alcanzando la mitad de su precio original.
Última y mejor oportunidad profesional
A partir de 1793 la Convención decide organizar uno de los proyectos ideados por el ya guillotinado Luis XVI: convertir el Louvre en el museo que conocemos hoy. Para ello un grupo de artistas (autonominados expertos de arte) se ocupó de saquear vilmente los palacios abandonados y sedes aristocráticas. Contrario a ello, Lebrun se quejó enérgicamente contra el ministro girondino Jean-Marie Roland de la Platière. Sería en la caída de este gobierno al cabo de unas semanas, que con la intercesión de David y Robespierre, este hábil comerciante fue elevado a comisario del Louvre. Gracias a dicho cargo, importantes obras como la Sagrada Familia atribuida a Rembrandt y el retrato de Susanna Fourment por Rubens fueron incluidas en las galerías de tan importante centro artístico. Dichas compras fueron altamente criticadas por los directores del museo, debido a su alto coste y a la crisis financiera que se vivía, y a partir de ese momento crearon un presupuesto oficial de adquisiciones, que aún a día de hoy sobrevive.
Una de las galerías del Louvre en la década de 1800
A pesar de la caída de David y Robespierre en 1795, su ascenso en la jerarquía del museo no paró de aumentar: el gobierno de la época lo nombra comisario-experto del Louvre y es en ese momento que impone la museografía que conocemos a día de hoy: la separación de pintura italiana, francesa, flamenca, holandesa y nórdica. Durante las conquistas realizadas por el Directorio a Holanda, Alemania y Bélgica, Lebrun acuñó también el término de “conquistas artísticas”: palacios y museos eran despojados de sus mejores obras italianas y flamencas en detrimento del nuevo museo parisino y de esta forma, dicha división de departamentos fue en aumento año tras año.
Su poder en tan importante institución terminó en 1800 con Napoleón I de Francia en el poder. Su último buen acto fue sacar de la lista de emigrantes a su mujer, pudiendo ésta volver a su país de origen. Sin éxito, intentó volver al mundo de las subastas de antigüedades y pintura endeudándose más aún: gracias a este fracaso, por fin Elisabeth vio la oportunidad de comprar la mansión parisina y el negocio que tan legítimamente le pertenecía, y gracias a la fortuna que generó en el exilio de Rusia y Alemania, le compró en 1807 al ya arruinado Jean-Baptiste sendas propiedades. Retirado de la vida pública, siguió restaurando pinturas para el Louvre, y fue maestro del pintor Simon Denis, muriendo en 1813 a la edad de 65 años.